viernes, 15 de marzo de 2013

Música



Era la primera vez que experimentaba la sensación. Era más gratificante de lo que nunca me habría imaginado. No sabía que poner la música tan alta podía bloquear de inmediato todo el ruido que había dentro de mi cabeza, todo ese flujo de pensamientos que surgían y se enredaban cada vez más, pidiéndome un espacio que no estaba dispuesta a concederles. Lo único que quería, precisamente, era dejar de pensar, poder decir "basta" y que todo se esfumara, así, sin más.

A pesar de mis intentos, nada parecía retener el torrente de emociones que me recorrían, que pasaban de la rabia a la desesperación en un abrir y cerrar de ojos. Lo intenté con un paseo, con la televisión y hasta con un libro. Nada. Cuando todo parecía empezar a despejarse, notaba un chasquido en mi interior, y el mecanismo se ponía en funcionamiento otra vez, distrayéndome de todo lo que sucedía a mi alrededor, llevándome lejos, a un mundo de sombras al que no quería regresar o, mejor dicho, al que no estaba preparada para volver.

Entonces recordé que una vez, en uno de mis libros favoritos, la protagonista quería hacer justo lo que yo estaba intentando, dejar de pensar. Y para conseguirlo escuchó una y otra vez un disco a todo volumen. En cuanto sintió que sus tímpanos podían explotar, decidió que la música estaba lo suficientemente alta y se dejó llevar. Su experimento fue un éxito, así que yo decidí probar. ¿Qué podía perder? Quizá algo de audición, pero, sinceramente, no me importaba. Así que coloqué mi iPod en sus altavoces, seleccioné el primer trabajo de un grupo que acababa de descubrir y subí la música al máximo. 

Por increíble que parezca, mis músculos comenzaron a relajarse con las primeras notas y a la tercera canción ya estaba cantando a grito pelado, sin preocuparme siquiera por seguir la letra de forma correcta. Cuando sonaba la última canción me di cuenta de que ya estaba totalmente despejada y de que mi garganta no podría resistir ese ritmo por mucho más tiempo. También se hacía tarde y quizás los vecinos empezaran a telefonear enfadados. 

Había conseguido mi propósito y, además, había pasado un buen rato, que era mucho más de lo que esperaba, así que bajé el volumen hasta que la música se convirtió en un agradable murmullo y sonreí. Y no pude evitar recordar que alguna vez oí que la música era la medicina del alma. Y tampoco pude evitar asentir y susurrar que, verdaderamente, así era.

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